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El mejor plan de viernes por la noche...

Writer: lidiacelestettlidiacelestett
Hace poco escuché un podcast que me hizo repensar mi forma de ver las cosas. Tan solo 8 minutos de anécdotas y consejos me devolvieron las ganas de TODO. Las hosts del episodio hablaban sobre la importancia de aprender a estar a solas con uno mismo y de aprovechar esa oportunidad para crecer como personas. Comentaban sobre lo esencial que es invertir más tiempo, amor y esfuerzo en hacernos felices y llenar cualquier vacío que tengamos con autoestima para que nada ni nadie nos derrumbe.

Me encantó que recomendaran actividades como skincare routines (rutinas de cuidado personal), practicar deporte de forma regular, comer de manera equilibrada, tener metas diarias y leer libros inspiradores. Me encantó porque esas son cosas que ya llevo haciendo por mucho tiempo y que alegran mis días enormemente. Pero la verdad es que no son suficientes. Porque aprender a estar solos va más allá de lo superficial o físico. Más allá de las historias que nos cuentan los autores de las novelas o las calorías que quemamos mientras entrenamos o las cremas que usamos para que nos brille mas la piel. Aprender a estar solos es un acto de valentía y compromiso y no es para nada fácil. Pero se los garantizo: vale la pena.

Antes pensaba que quedarme sin planes un viernes por la noche era lo peor que podía pasarme. Porque llevaba toda la semana ocupada con clases y tareas y trabajos y el único tiempo libre que tenía para “disfrutar” de la vida eran los fines de semana. Además, era horrible ver los stories de la gente tomando y bailando mientras yo veía Mamma Mia por milésima vez sola en mi cuarto. (Aunque debo admitir que las canciones son las mas empiladoras del mundo). Por eso me llenaba de planes interesantes que me distraían y me ayudaban a no pensar en lo saturada que estaba por auto exigirme tanto y ser tan perfeccionista conmigo misma. Pensaba que estar rodeada de gente, haciendo cosas locas todo el tiempo era lo que me mantenía parada durante la semana. Confiaba en que eso me daba las fuerzas y energía necesarias para seguir adelante. Lo único capaz de llenarme cuando me sentía vacía o perdida o triste por cualquier cosa. Y estaba completamente equivocada. Porque en el fondo sabía que no estaba yendo a las fiestas o a los bares o a los viajes improvisados para pasarla bien. Lo hacía para evitar quedarme a solas conmigo. Con tiempo de sobra para pensar en voz alta y afrontar todo lo que tenía guardado adentro. Mis miedos. Mis malas experiencias o recuerdos. Mi falta de autoestima. Mis inseguridades. Mis emociones. Mis verdaderos sueños. Y en una sola palabra: la realidad.




Pero después cambió todo. Me di cuenta de que no podía seguir escapando de la verdad y decidí afrontarla y quedarme sola un día. Sin hacer nada más que pensar. Y en el proceso pasó algo sorprendente. Empecé a darme cuenta de muchas cosas y terminé aprendiendo a ver la vida desde otra perspectiva. Aprendí que todas las cicatrices que tengo por dentro son recuerdos de batallas ganadas y que es gracias a ellas que hoy soy quien soy: alguien más fuerte, valiente y capaz de salir adelante sin importar los obstáculos que se atraviesen en su camino. Aprendí que lo que más me costaba era dejar ir. Dejar ir a las personas que alguna vez quise y ahora no están. O se fueron o cambiaron, pero simplemente no están de la forma que alguna vez estuvieron. Y por más que me costó soltarlas (porque ya me había acostumbrado a tenerlas cerca) lo hice por y para mí. Porque toca abrirle paso a gente nueva que me ayude a seguir creciendo. Aprendí que hay cosas que no puedo cambiar como, por ejemplo, el pasado. Pero también aprendí que somos capaces de reescribir nuestra propia historia y contárnosla de la mejor manera posible: a partir de nuestros aprendizajes. Y decidí cambiar las perdidas y fracasos por oportunidades y redirecciones que me trajeron hasta este lugar y tiempo exacto. (Y me acordé del efecto mariposa). Aprendí que es mi responsabilidad perdonarme por las veces en las que me traté mal o no súper como cuidarme o valorarme. Por las veces en las que no me defendí ante alguien o algo y me sentí menos o fuera de lugar. Por las veces en las que me quedé callada y no dije lo que pensaba o sentía en realidad. Por miedo a quedar mal. Por las veces en las que me comparé con otras personas y no supe ver todo lo bueno y lindo que tengo y soy.

Y al final me di cuenta de todo el tiempo que perdernos intentando ser alguien que no somos. O complaciendo a alguien más. O intentando escapar de nuestra realidad por miedo a atontarla. O intentando definir nuestro valor a partir de lo que piensen los demás. En lugar de aprender a querernos tal y como somos. Y a estar en paz con el presente. Sin necesitar del resto para sentirnos felices, llenos o suficientes.

Y después de llorar un buen rato (justo y necesario) me sequé las lagrimas y decidí empezar de nuevo. Hacer un detox mental. Empecé a aceptar la realidad de las cosas y a invertir tiempo en hacer todo lo que me hace feliz. Empecé a conocerme más y mejor: me había olvidado de lo mucho que me gustaba escribir con un café al costado, correr con vistas preciosas por la mañana y bailar por y para mí. No sabía lo feliz que me hacía echarme en medio del parque a tomar sol después de entrenar. O todo lo que me emocionaba prepararme un desayuno súper creativo y delicioso para disfrutarlo entre mantitas desde mi cama. O lo feliz que me hacía decorar con flores mi cuarto para que cada vez que me levante vea todos esos colores y sonría a la nada. Ahora le doy la misma importancia a mi salud mental que a la física. Cuando quiero llorar lloro. Cuando me quiero reír me rio. Cuando me siento sin ganas de nada me voy a caminar y a tomar fotos con un buen podcast de fondo. Cuando tengo antojos dulces me compro el helado con más caramelo del super porque soy fan de los helados y ya me harté de aguantarme las ganas por las dietas exóticas que no valen la pena. Y de dejar de hacer cosas por miedo al qué dirán.

Estoy aprendiendo poco a poco a aprovechar todas las cosas chiquitas de la vida. Cada momento de mi día. Trato de estar más presente en mis workouts, cuando salgo con alguien o a hablo por teléfono, cuando me siento a leer sola bajo el sol. Intento ser lo más agradecida posible porque la verdad es que tengo la suerte de tener tantas cosas por las que agradecer. Y estoy recordándome todos los días lo mucho que valgo, por si es que en algún momento se me olvida caminar con la cabeza en alto. Porque ahora entiendo que me merezco lo mejor de lo mejor simplemente por ser quien soy. Y ustedes también. Y estoy orgullosa de mí porque durante estas vacaciones me atreví a hacer planes conmigo misma. Y la pasé tan bien que dejé de tenerle miedo a los viernes sin juerga.

Entendí que no necesitamos de nada ni de nadie para sentirnos completos y que a veces el mejor plan de viernes por la noche es una cita con nosotros mismos (la copita de vino es opcional pero recomendada).

Nuestro estado de ánimo y estilo de vida dependen exclusivamente de nosotros mismos. Así que empecemos a elegirlos con más consciencia y amor propio. Créanme que una vez que nos atrevemos a hacerlo, la vida se vuelve automáticamente mucho más feliz.

¿Se animan a intentarlo?

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