Hace poco, en una reunión, empezamos a jugar “el más propenso a…” y entré en ataque de risa cuando todos me señalaron por ser “la más propensa a vivir en su propio mundo de fantasía”. Cabe recalcar que la mayoría de invitados me acababa de conocer hacía 20 minutos y esa percepción fugaz, junto con lo que habían escuchado de mí, los hizo elegirme sin pensarlo dos veces. Era como si todos al mismo tiempo hubieran podido descifrar un enigma con tanta facilidad. Y la persona que estaba sentada al lado mío volteo y me dijo: “Es verdad. Tu siempre andas en tu mundo de arcoíris y mariposas”. Decidí tomármelo de la mejor manera posible porque no me quedaba de otra. Días después, una de mis mejores amigas, que no estuvo presente en la reunión ni estaba enterada de lo que había pasado, me volvió a decir lo mismo: el mundo puede estar cayéndose a pedazos y tu sigues feliz en tu mundo, romantizando la vida y todo lo que te pasa. Sonreí porque era verdad. Es verdad. Y no es coincidencia que la gente lo perciba, lo repita y me lo recuerde tan seguido. Es algo que por más raro o superficial que parezca me da todo el animo que necesito para seguir adelante. Y la gente se da cuenta. Es el secreto mejor guardado que no sabía que tenía y que me ha sido de tanta ayuda durante todo este tiempo. Por eso decidí compartirlo con ustedes. Porque creo que todos merecen un poco de arcoíris y mariposas que les alegren la vida.
La explicación es súper sencilla: se trata de acostumbrar a la mente a ver lo bueno que existe en todas las cosas para que piense siempre de forma positiva. Para que, a pesar de todos los obstáculos con los que podamos toparnos, siempre encontremos motivos por los cuales estar agradecidos. Se trata de aprender a ver los fracasos como oportunidades para aprender y volver a intentarlo, las cicatrices que tengamos como trofeos de batallas ganadas que nos recuerden lo fuertes y valientes que fuimos y somos, las pérdidas o vacíos como espacios para recibir cosas nuevas y las caídas como impulso para levantarnos. Se trata de entender que nuestra felicidad depende únicamente de nosotros y que, si así lo deseamos, somos capaces de diseñar la vida que siempre soñamos. Se trata de aceptar que tenemos el poder de decidir cómo percibimos el mundo y usarlo para verlo desde un lente de esperanza. Se trata de romantizarlo todo: desde lo más chiquito, simple y rutinario hasta lo más extravagante. Y también se trata de estar presente en el aquí y ahora, intentando aprovechar al máximo todas las oportunidades que se nos presenten en el camino sin quedarnos con las ganas de nada.
He pasado por muchas cosas a lo largo de mi vida, tanto buenas como malas, aunque no parezca. Y nada ni nadie ha sido capaz de quitarme si quiera un poquito de esa alegría que me caracteriza. Aunque a veces me siento triste, desmotivada, desinspirada o perdida, siempre encuentro alguna razón por la cual levantarme y ponerle al día mi mejor cara. Por más cansada o aburrida que me sienta, prendo la música y empiezo a bailar sola en mi cuarto mientras me alisto para ir a clases, salir a correr o hacer algo que me guste. Porque creo que la disciplina y la fuerza de voluntad son mucho más importantes que la motivación. No siempre vamos a sentirnos motivados o con ganas de hacer las cosas, pero si somos disciplinados y nos obligamos a hacerlas a pesar de no querer vamos a adquirir una fuerza interior poderosa que nos servirá de mucho en el futuro: será capaz de salvarnos de los días más grises y nos devolverá la sonrisa cuando nos hayamos olvidado de ella. Además, con el tiempo, esa fuerza se convertirá en una actitud de éxito que empezará a aparecer naturalmente. Y en un estilo de vida que nos obligará a verlo todo mucho más bonito.
Podemos empezar el día quejándonos del despertador, del frío o del trabajo. Molestos por las restricciones, el confinamiento y el horario. Podemos levantarnos con un mal ánimo que, aunque no lo creamos, es contagioso. O podemos despertarnos y agradecer por estar vivos y sanos. Porque nos espera un día lleno de sorpresas. Porque tenemos el tiempo suficiente como para darnos una ducha calientita y prepararnos nuestro desayuno favorito mientras escuchamos un podcast inspirador que marque el tono de nuestro día. Podemos aburrirnos fácilmente y tener una mentalidad pesimista desde el minuto uno. O podemos emocionarnos eligiendo un outfit y, cuando salgamos hacia la universidad, podemos apreciar todas las vistas preciosas que nos hacen compañía. Podemos quejarnos porque empezó a llover. O podemos mojarnos de tanto bailar sin paraguas, como en las películas. Podemos pasarnos la vida entera esperando a que llegue el viernes, el verano, las vacaciones. O podemos aprender a disfrutar del frio, las tareas y los lunes que también tienen su encanto. Podemos romantizar nuestros 10 minutos de break mientras tomamos un café desde la casa, el campus, o la oficina. Podemos hacer una lista de libros que nos quedan por leer o películas que nos morimos por ver o países que nos encantaría conocer y emocionarnos cada vez que nos quede un poquito menos para hacerlo. Podemos encontrar inspiración en absolutamente todo si así lo quisiéramos: Un árbol. Una mirada. Una emoción. Una palabra. Podemos ser felices a pesar de que el día, la semana o el mes haya sido increíblemente duro y retador. Podemos intentar forzar las cosas, acelerar el proceso, controlarlo todo. O podemos confiar, soltar y dejarnos sorprender. Todo eso, lo podemos.
Estoy segura de que tu mundo cambiará por completo a penas empieces a cambiar tu forma de verlo y que la gente a tu alrededor se beneficiará también: todos podrán compartir la ilusión mediante la cual percibes las cosas y desearán estar cerca tuyo para poder verlas de la misma forma y sentirse de la misma manera. Es como una cadena de inspiración y positivismo.
Así que querámonos lo suficiente como para ver mariposas y arcoíris todos los días por más grises que parezcan.
¡Que tengas un lindo día!
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